martes, 24 de abril de 2012

Mi perro es un santo.


spotMi perro es un santo.

Esta frase, utilizada por muchos de nosotros para expresar las bondades del perro con el que vivimos, resulta ser literal en algunos casos, bueno, en uno -que nosotros sepamos-: San Guinefort, el galgo santo.
Un fraile dominicano, Etienne de Bourbon, fue enviado como inquisidor a Sandrans, una pequeña villa al norte de Lyon. Publicó su descubrimiento en por kent roberts.jpg1240 en un escrito llamado De Supersticione.
Uno de los capítulos se titula De Adoratione Guinefortis Canis, o “La Adoración del Perro Guinefort”. Cuenta la historia del bravo y leal galgo Guinefort quien salva la vida del bebé de su humano de una serpiente. Guinefort, defendiendo al nene, arrastra a la serpiente por la habitación y esta le muerde. Hay sangre por toda la habitación y la cabeza de Guinefort. La madre y la niñera entran en la habitación descubriendo la sangrienta escena. Gritan y llega el caballero blandiendo su espada quien, viendo la sangre sobre Guinefort, asume -sin más- que el perro ha atacado al bebé y le corta la cabeza en el acto.
Encuentran al bebé durmiendo tranquilamente y descubren el cuerpo de la serpiente hecho pedazos. Se dan cuenta del error que han cometido, y, arrepentidos, le entierran cubriendo su tumba con grandes piedras y plantando árboles a su alrededor, creando una arboleda sagrada.
Cuenta Etienne de Bourbon: “Los campesinos locales, enterados de la heroicidad del perro y su injusto asesinato pese a su inocencia y a haber realizado una hazaña merecedora de alabanza, visitaron el lugar, rindieron al perro honores de mártir y le rezaron cuando los niños estaban enfermos o necesitaban ayuda”.
El culto al galgo santo continuó durante 700 años, hasta 1940 cuando la iglesia descubrió que el venerado San Guinefort era un perro (estarían actualizando curriculums) y lo prohibió.

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